Estaba tirada en su colchón, abriendo y cerrando sus ojos. Los ruidos de
la calle no la dejaban en paz. Hacía tanto calor, y las imágenes la
atormentaban, se agitaba y lloraba en su sueño liviano. Entonces se levantaba
daba una vuelta por dentro de la casa, y volvía a tirarse. Es que había
estado sola todo el día y aún lo estaba. En la noche se sentía más vacía
todavía. Necesitaba escuchar los ruidos que en un tiempo eran habituales. El de
las llaves en la puerta, el saludo, la caricia de su dueño. Antes del amanecer
sintió el ruido en la cerradura de la puerta, no hubo ni saludo, ni caricias.
Lo desconoció. Gruñó con rabia, pero fue reprimida en el acto. Ya no pudo soportar
el desamor. Caminó hacia la cocina, ante la indiferencia de su dueño. Se quitó
su camisón de seda, se metió a la bañera, y consumió el frasco entero de
pastillas que había guardado celosamente en la heladera. Cuando él despertó
sintió alivio. No tendría la obligación de dar lo que no podía...y pensó sin
culpa, estoy liberado para empezar mi nueva vida.
jueves, 13 de octubre de 2011
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