viernes, 4 de noviembre de 2011

EL RÍO COMO LA VIDA


Tanta adrenalina desborda mi cuerpo.  Amo la osadía de Manuel, cuando me invita a disfrutar de la vida.  — Amo a Manuel—.  Estoy preparada para la aventura, en una hora me pasa a buscar  y  partimos hacia el  río más peligroso de la zona. Éste ha acunado a unos cuántos en su lecho torrentoso  y lo ha hecho con tanto esmero y egoísmo, que nunca más los ha devuelto. Por lo menos con la vida que contaban.  Nosotros somos jóvenes, pero nos tenemos mucha confianza. Llegamos hasta el puente que cruza  el río, bajamos hasta sus pilares hundidos en el agua.  Desde allí empezamos el viaje, donde más remolinos hay.  Atamos al pilote la cámara inflada del camión, que es nuestra embarcación, nos tiramos al río como para embocar justo dentro y nos acomodamos en nuestro bote ocupando el acuoso círculo. Ya estamos frente a frente y soltamos la amarra. Somos tan felices, nada puede fallar.  Nuestro extravagante flotador empieza a girar en el torrente, gritamos y reímos  de la emoción, mientras cerramos los ojos para no marearnos y unos segundos después paseamos enredados por su cauce emborrachándonos  con las sensaciones,  el amor, la aventura y los sueños. Qué más puedo pedir.
   Nos descuidamos y en la curva más violenta nos hemos dado vuelta. Semejante error, el río, no nos ha perdonado. Estando en medio de la turbulencia creyendo que moríamos lo escuché  gritar —no te separes, quédate conmigo—. Y  luego murmurar sin poder creerlo—, tantos años que remontamos el río—.
 Hicimos algunos manotazos en la desesperación pero el río no nos dejó opción. Quedamos en orillas diferentes. Hemos sobrevivido, pero el río no nos ha devuelto con la vida que contábamos.
 Ya pasó el tiempo, estoy en la misma ribera y  el murmullo, se ha ahogado.